Es la relación de vida de la educación franciscana. A su alrededor giran los valores del encuentro, la acogida, el dialogo, el respeto a la diversidad; el de la igualdad fundamental, de la corresponsabilidad, la familiaridad, la confianza, la alegría, el optimismo, la paz y el perdón.
Es la base de todas nuestras relaciones; nos hace simple y serviciales y nos ayuda acercarnos al otro con el corazón en la mano y dispuesto a descubrir el misterio del otro. Es un modo de relacionarse que se opone a todo intento de aprobación y dominación de personas y cosas; y también, a todo complejo de inferioridad o menosprecio de sí mismo.
Es el centro de nuestra labr evangelizadora se encuentra la persona de Cristo. Pablo VI nos lo recuerda “no hay verdadera evangelización si el nombre, la enseñanza, la vida, las promesas, el Reino y el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, no son proclamados”. Juan Pablo II, al inicio del Tercer milenio, también nos invita a estar conscientes que “no nos salvará una formula, sino Cristo y la certeza que él nos da”.
La contemplación es el impulso para la misión. La espiritualidad franciscana entiende la autoridad y la obediencia en términos de servicio mutuo, no de sumisión o dominación. La espiritualidad franciscana abraza y apoya el crecimiento y desarrollo las artes y las ciencias en el diálogo con la Revelación y la Fe.